En Las Memorias de Anarkirias pretendía seguir una linea cronológica en la historia de las revoluciones que en este mundo han sido, pero acaban de cumplirse cuarenta años del festival de Woodstock y ninguna disculpa mejor para saltarse cualquier orden que conmemorar este aniversario.
Nacimos alrededor de 1945, dos soles del infierno acababan de estallar en Japón, nuestros hermanos mayores regresaban en féretros desde el sudeste asiático y la crisis de los misiles con Cuba casi nos manda a todos a la mierda. No, estaba claro que papá no lo estaba haciendo bien, estaba claro que su disciplina en el trabajo, su casita con césped alrededor y valla de madera, su coche para llevarnos al río a comer pavo el Día de Acción de Gracias y sus oraciones al Señor antes de cenar no nos servían para tener un mundo mejor. Lo siento, papá, pero todo eso era una puta basura.
Así que decidimos recuperar el viejo y primer sueño americano: el sueño de la libertad. Decidimos viajar hacia dentro y hacia fuera. Compramos entre varios un coche de segunda o tercera mano y con un porro de yerba entre los labios emprendimos el camino al paraíso, pero despacio, sin querer llegar deprisa porque lo importante, lo necesario, era el mismo viaje, los lugares por donde pasábamos, las personas que conocíamos, los sueños que teníamos. El paraiso, en aquel momento, se llamaba California.
NO ESTÁBAMOS SOLOS
Y llegamos a San Francisco ¡qué ciudad! No tenía nada que ver con los lugares grises de donde veníamos. Pieles de todos los colores se mezclaban en las calles y en todas partes se respiraba un ambiente de tolerancia y convivencia cultural. En cualquier esquina, en cualquier parque, en cualquier garito se podía disfrutar de jazz en vivo; y en librerías, galerías y salas se asistía libremente a recitales de poesía y tertulias sobre temas diversos en las que se intercambiaban todo tipo de opiniones, por extremistas o disparatadas que fueran, por mal vistas o, incluso, perseguidas, que estuvieran en el resto de Estados Unidos.
Aquellos tipos que nos precedieron eran los beatniks -de beat, "golpeado", "frustrado", "agotado", pero también "beatífico"- De entre ellos, los que formaron el grupo literario e intelectual más conocido y combativo llegaron a la fama en todo el mundo con el nombre de "Beat Generation". Se inspiraban en la poesía del viejo Walt Whitman, gran defensor de la pasión de vivir y autor del magistral poemario "Hojas de Yerba"´; ponían en tela de juicio todos los valores sociales y artísticos del momento y llevaban a la práctica una radical forma de vida bohemia. Eran seguidores de la filosofía existencialista, solían vestir de negro u otros colores oscuros, lucían frondosas, desordenadas y proféticas barbas y experimentaban con drogas para facilitarse el acceso al mundo interior, a lo que su mente, educada, como la de todos, en principios caducos, se empeñaba en seguirles ocultando. Sus nombres fueron: Jack Kerouac, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, William Burroughs o Allen Gingsberg. Si bien fue Jack Kerouac -autor de la simpar novela "On the Road" (En el Camino)- el que bautizó al grupo como "beatniks", quien dio a conocer al público su existencia fue el poeta Allen Gingsberg, que en 1955 -año también en que nació el Rock & Roll- recitó en la Six Galery de San Francisco su hermoso y extenso poema "Howl" (Aullido), un auténtico manifiesto de la contracultura.
Hablando de contracultura, viajes y experimentación con drogas, no hay que perderse un libro emblemático -junto a los dos citados anteriormente- Se trata del epistolario cruzado entre Allen Gingsberg y William Burroughs, en donde éste último relata a Gingsberg su búsqueda de nuevas experiencias por sudamérica. El libro se titula "En busca del Yage" (o Ayahuasca).
Muy pronto, esa actitud intelectual agresiva se convierte en una amenaza para el Sistema, que no puede entender su éxito entre el público universitario. Los recitales y arengas de los beatniks abarrotan las aulas y salones de actos, donde la gente aplaude entusiamada. La crítica se encarga de ridiculizarlos constantemente y son ignorados por el "stablishment", acusados de antiintelectuales y tachados de locos y vagabundos.
A finales de los cincuenta el grupo comienza a dispersarse; los beats han crecido y varios han muerto; otros se convierten en profesores de universidad y algunos aceptan becas de fundaciones que antes habían despreciado. Pero sus principios fundamentales sobreviven y logran que lo beat y San Francisco - la Costa Oeste, en general - sean ya un mito.
Contra todo pronóstico, las ideas contraculturales se instalan en las mentes más jóvenes. Poco después de la dispersión de los escritores beat, San Francisco empieza a poblarse de chicos que alquilan apartamentos de renta baja. Son universitarios, trotamundos, artistas, seguidores de Janis Joplin y Bob Dylan. Revolucionarios y pacifistas a la vez. Éramos nosotros...
LOS PRIMEROS HIPPIES
En 1963 se producen unos enormes e inesperados desórdenes estudiantiles en el campus de Berkeley, de la Universidad de California. Los detonantes de la protesta fueron de lo más variopinto: la masificación estudiantil, la participación universitaria en los planes belicistas del gobierno y, sobre todo, el descontento generalizado referido a temas tan amplios como las desigualdades económicas, el racismo, la obsesión consumista y el puritanismo sexual.
En ese contexto, decidimos dejar de colaborar con el sistema, no aceptarlo, desentedernos de él. Decidimos no implicarnos en nada, ir por libre y hacer todo lo contrario de lo que papá hubiese querido que hiciésemos: formar una familia y tener un buen trabajo. Frente a las relaciones convencionales defendimos el amor y el sexo libres, reivindicamos el juego, el gozo y el placer del contacto físico, sin tapujos ni represión, sin sentido de pecado ni sentimiento alguno de culpa. Todos éramos hermanos, pero cada uno elegía libre e individualmente lo que quería ser y hacer. En coherencia con el pacifismo no adoptamos una resistencia activa, sino de no colaboración, de resistencia pasiva, como, por ejemplo, quemando públicamente nuestras cartillas de alistamiento militar. El movimiento hippy no fue una revolución de barrricadas, sino una lucha pacífica para cambiar el mundo propio como vía para cambiar el mundo de todos. Si hacíamos, sin embargo, multitudinarias manifestaciones, sentadas y protestas. A casi todo decíamos que no. Pero esa Gran Negación (fórmula acuñada por uno de los principales ideólogos del hippismo, el sociólogo Herbert Marcuse) no implicaba la beligerancia, sino abstención.
Como no creíamos en la propiedad privada, vivíamos en comunas donde todo se compartía, y, en contra de cualquier valor impuesto, los hippies reíamos, vivíamos, amábamos, cantábamos y bailábamos, dábamos color a nuestra ropa y olor -sándalo, incienso y patchouli- a nuestras reuniones.
Todo era posible y todo estaba por inventar. Los jóvenes nos sentíamos fuertes y poderosos porque nos sentíamos unidos. Quizás no podíamos cambiar el mundo de nuestros padres, pero sí el nuestro y el de las generaciones venideras.
Del seno del movimiento hippy comenzaron a salir también grupos radicales de acción en contra de la guerra de Vietnam, en contra del racismo -Panteras Negras y Poder Negro- en contra del machismo
-Frente de Liberación de las Mujeres- y en contra de la homofobia, pues es en esta década cuando la comunidad homosexual comienza a organizarse.
Pero, sin lugar a dudas, son los festivales de música la expresión más representativa -por multitudinaria- del movimiento hippy. En esos espacios abiertos resuenan las canciones de Bob Dylan o del grupo Jefferson Airplane, que se convierten en vehículos de la contestación política, en banda sonora del descontento social. Músicos como Jimi Hendrix actúan a precios muy bajos y siempre donan sus beneficios a alguna causa social o benéfica.
El mayor festival de la época, del que acaba de cumplirse el 40 aniversario, se celebró en Woodstock, Estado de Nueva York, entre el 15 y 17 de agosto de 1969. A él asiste medio millón de personas y, a pesar de los pronósticos de catástrofe que provocaron un gran despliegue de medidas de seguridad, el festival resulta todo un ejemplo de convivencia pacífica, en el que no se produjo ni un solo altercado violento. Pero Woodstock no fue el principio de la utopía, fue el comienzo del fin. En el festival de Altamont, celebrado en diciembre de 1970 -el mismo año en que Jimi Hendrix y Janis Joplin habían muerto de sobredosis- la violencia fue ya generalizada entre el público, hasta el punto de que un joven fue apuñalado durante la actuación de los Rolling
Stones.
EL FINAL DEL SUEÑO
El sistema comenzó a digerir el fenómeno -quizás lo peor que pudo sucederle al movimiento- El LSD empezó a pasar factura y, lo que es peor, a ser sustituido por otras drogas mucho más destructivas, como la heroína. Son varios los analistas que acusan a la misma policía de introducir estos estupefacientes duros entre los jóvenes para llevar la contracultura al debacle. Aparecen las emisoras de FM y la prensa especializada, los músicos del sonido San Francisco son llamados por las grandes compañías discográficas. El Mercado descubrió, por fin, cómo acabar con aquello.
Pronto el pensamiento y la rebeldía juveniles comienzan a ser fácilmente digeridos por la industria: las empresas de confección les fabrican su ropa y las casas de discos les venden su música, es decir, el retorno al consumismo. Consumir significa volver al sistema y esto implica trabajar para él. Para los que no quisieran volver tenían la heroína, que les acabaría convirtiendo en despojos humanos a los que nadie querría como modelo.
Hubo otros muchos que optaron por soluciones alternativas y consiguieron que el espíritu hippy no muriera del todo. Buena muestra de ello es la influencia que tuvo en sensibilidades actuales como el pacifismo, el ecologismo, la evolución en el rol social de la mujer, el surgimiento de organizaciones de tipo humanitario y de acción social, de movimientos autogestionarios y okupas y los nuevos modelos de comercio alternativo y comercio justo.
Quizás, hoy, la respuesta siga estando en el viento.
LA VERSIÓN EUROPEA
Mientras en Norteamérica pasaba todo eso, en el Viejo Continente optamos por la también antigua fórmula de liarnos a hostias, algo igual de interesante, ya que todo depende del momento o accidente político, cultural, social, económico e, incluso, geográfico, en el que estemos inmersos.
Salieron a la calle para demostrar a todos que las cosas podían ser diferentes. Estudiantes e intelectuales, obreros y parados, armados de la rebeldía que provoca una espera inútil, declararon el poder de la imaginación, lanzaron adoquines y levantaron barricadas contra unos valores caducos y un sistema que no los entendía. Fueron los últimos revolucionarios del siglo XX.
"Debajo de los adoquines hay una playa ". Mientras en las paredes de París se leían pintadas como ésta, los intelectuales de Praga firmaban manifiestos de protesta contra un régimen opresivo; el presidente mexicano, Díaz Ordaz, lanzaba a la policía contra los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas; los estudiantes alemanes se manifestaban en las calles de Munich, Frankfurt y Berlín; en Roma tenía lugar la primera huelga general; en Portugal arrancaba la agitación que desembocaría en la Revolución de los Claveles y, en España, se reorganizaban contra la dictadura los movimientos obrero y universitario.
Corría el año 68 y el mundo entero era un hervidero de ideas e inquietudes surgidas como respuesta a estructuras y sistemas anticuados. Era el momento de "imaginar", como decía John Lennon, y del "seamos realistas, pidamos lo imposible". Todo parecía estar al alcance de la mano en la Europa de finales de los sesenta.
LA PRIMAVERA DE PRAGA
El régimen stalinista en el país se instauró en 1948. Checoslovaquia había sido el satélite soviético modelo, pues su nivel de vida superaba al de los otros países de la órbita y su política exterior obedecía toda consigna procedente de Moscú.
En 1967, Checoslovaquia estaba gobernada por Antolín Novotny, perteneciente a la vieja guardia del partido.
Por aquel entonces, Praga albergaba un refinado ambiente cultural, pero el régimen era cada vez más opresivo y la censura empezó a ser frecuente, así que fueron los escritores los primeros en criticar a Novotny en su congreso de junio, provocando la extensión del descontento al resto de la sociedad. En octubre, los estudiantes salieron a la calle para protestar contra las injusticias de las que se sentían objeto y también por algún asunto muy concreto: los cortes nocturnos de fluido eléctrico en las residencias de estudiantes.
En noviembre de 1967, Alexander Dubcek, miembro del Comité Central, hizo suyas las reivindicaciones de escritores y estudiantes y Novotny lo acusó de nacionalista burgués, pero ningún otro miembro del Comité apoyó la acusación, por lo que el 5 de enero de 1968 dimitió como secretario general del partido para ser sucedido por el joven Dubcek. Los cambios fueron tímidos al principio, pues Novotny continuó en la presidencia de la nación hasta marzo; pero, poco a poco, se pusieron en práctica una serie de reformas que buscaban la descentralización y la protección de los derechos sociales y políticos de los individuos. Era el principio de la Primavera de Praga.
Pero los soviéticos acusaron a Checoslovaquia de complicidad con occidente y, a pesar de las frecuentes reuniones y conversaciones llevadas a cabo desde principios de año, el 21 de agosto de 1968 el país fue invadido por las tropas del Pacto de Varsovia. Lo demás es de sobra conocido: el ejército checo no defendió a la población civil, las potencias occidentales se lavaron las manos y Dubcek y otros líderes fueron obligados a presentarse en Moscú casi como prisioneros, tras tener que hacer una declaración pública en la que anunciaban que Checoslovaquia renunciaba a muchas de las reformas comenzadas en enero. Lo que ya comenzaba a conocerse como "socialismo con rostro humano" fue ahogado por considerarse un experimento demasiado arriesgado.
PARÍS: DÍA A DÍA DE LA REVOLUCIÓN
Durante la presidencia del general Charles De Gaulle, la masificación universitaria, reglamentos caducos que prohibían las visitas entre jóvenes de distintos sexos en las residencias universitarias y las protestas en contra de la guerra de Vietnam, que aumentó considerablemente el activismo de la izquierda radical en la política estudiantil, fueron el caldo de cultivo de la última revolución europea.
Viernes, 3 de mayo de 1968: Los estudiantes de izquierda de la Sorbona celebran una asamblea de protesta. La policía recibió la orden de disolverla y las furgonetas se llenaron de estudiantes detenidos. Mientras, cientos de jóvenes que presenciaban la escena comenzaron a defender a sus compañeros profiriendo insultos y lanzando piedras a las fuerzas represivas. Pronto, más de 40.000 estudiantes ocuparon el Barrio Latino, cercándolo con barricadas. Los gases lacrimógenos fueron la respuesta, pero sólo consiguieron que los indiferentes se unieran a los estudiantes izquierdistas y que la revuelta se prolongara durante todo el día. La Sorbona fue cerrada y la Unión Francesa de Estudiantes convocó una manifestación para el lunes.
Lunes, 6 de mayo de 1968: La batalla comenzó a la caída de la tarde del viernes 10. En el Barrio Latino se levantaron barricadas utilizando coches, adoquines, mobiliario urbano, contenedores y todo lo que pudiera servir. A las 2 de la madrugada apareció la policía y jóvenes de todo París se unieron a los rebeldes. El enfrentamiento se prolongó durante toda la noche y fue el primer éxito de lucha callejera contra la policía.
Ya por la mañana, el primer ministo francés, George Pompidou, decidió teminar con la estrategia de represión, que había resultado fallida hasta el momento.
Lunes, 13 de mayo de 1968: Aquella noche, tras una masiva manifestación en contra de los métodos violentos de la policía, los jóvenes tomaron la Sorbona y constituyeron un soviet de estudiantes. Mientras tanto, la solidaridad con aquel movimiento se extendió entre jóvenes y progresistas de todo el mundo occidental.
Por entonces, La universidad se había convertido en una fortaleza y el Barrio Latino en una especie de estado libre. Marxistas, trotskistas, maoístas, anarquistas, castristas, nacionalistas bretones, obreros, escritores, amas de casa y hasta diputados intercambiaban credos y se reunían asambleariamente para debatir, discutir y escuchar.
Martes, 14 de mayo de 1968: Obreros de Nantes ocupan una fábrica de aviones y provocan toda una ola de huegas y ocupaciones por todo el país.
Miércoles, 22 de mayo de 1968: 9 millones de obreros franceses van a la huelga revolucionaria. La situación en el país era de auténtica parálisis.
A partir de aquí comenzó la contrarrevolución. Aprovechando el esfuerzo de obreros y estudiantes, la izquierda parlamentaria, argumentando un vacío institucional y recurriendo a falsas promesas, propició un cambio de gobierno. Pero De Gaulle recuperó el control de la situación y conjuró por televisión el peligro comunista, convocando elecciones generales.
La policía regresó al Barrio Latino y disolvió las asambleas. El 16 de junio entró en la Sorbona y desalojó a los últimos estudiantes. El final de la revolución fue tan triste como heroico su principio. Las elecciones dieron el triunfo a los gaullistas.
Al menos, un año más tarde, De Gaulle dimitió de su cargo.
Y aquí estamos, esperando otro Mayo, otra Primavera, otro San Francisco.