Algunos “estudiosos”, de esos que segmentan la Historia con afilado cuchillo, como si un pedazo (periodo) no tuviera nada que ver con el anterior y el siguiente, afirman henchidos de sapiencia que la prensa obrera madrileña nace con “El Eco de la Clase Obrera” en 1855. Y como dato –sólo como dato- es correcto. Pero la vida, y la vida es historia, no funciona así, no es exclusivamente una suma de datos, sino que adquiere forma de narración, en la que nada es comprensible sin explicar lo que antecede y rodea al hecho o situación que queremos contar. Por eso no podemos aseverar con ese prepotente academicismo ladrillesco, propio de empolvados, grises y sesudos investigadores de asterisco, que la prensa obrera nace en un momento determinado, concreto, cuando la realidad es que se trata del resultado de un “hacerse”, un “cocinarse” lentamente que cuenta con una larga prehistoria en el mundo de las publicaciones democráticas, y aun anteriores, de las que se va desgajando muy despacio como una especialización.
Aclarado ésto nos ponemos a bucear contracorriente en el tiempo hasta encontrarnos con la primera ocasión –al menos, la primera que esté documentada- en que el tema obrero aparece en la prensa periódica.
Estamos en 1781 ante el tercer número del semanario “El Censor”, que editan en Madrid los abogados Luis Cañuelo y Luis Marcelino Pereyra. En él se nos relata la “Historia trágica de un jornalero, y reflexiones sobre la suerte de estos infelices”. Responde este discurso a la consolidación de un periodismo ensayístico de orientaciones críticas en donde el escritor ilustrado arremete contra los ociosos y ensalza a los desgraciados trabajadores, censurando el funcionamiento del orden social basado en el privilegio, generador de ocio, miseria y baja productividad al mismo tiempo. Estamos aún en la etapa en la que una posible sociedad burguesa aparece todavía como una esperanza en la que se daría el consenso entre clases no privilegiadas, siendo el trabajo el único criterio de formación de la riqueza y no la nobleza de cuna.
Antes de cambiar de siglo merece la pena hacer un intervalo para recordar y agradecer a tres grandes recopiladores de prensa obrera su esfuerzo para que todos estos datos atravesaran el tiempo y llegaran hasta nosotros para su uso y disfrute. Nos referimos al judío austriaco anarquista Max Nettlan; al republicano Juan Díaz del Moral, que nos legó un gran repertorio periodístico; y a la historiadora francesa, casada con un anarquista español, Renée Lamberet, maestra de escuela que llegaría a catedrática.
El primero de ellos, Max Nettlan, es el autor de una amplísima obra, entre la que destaca la bibliografía del anarquismo, donde ya aparece un capítulo especial dedicado a España, y del libro “Estatismo y Anarquía”, que publicó junto a Bakunin, entre muchos otros. Cuando tuvo que huir de Austria, debido a la invasión nazi, entregó su extensa y valiosísima colección en el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam. Tras nuestra guerra civil también fue a parar allí la documentación de la C.N.T.-F.A.I., así como la muy rica colección de la familia Montseny.
El segundo gran hito en esta construcción de la historia de la prensa obrera es el repertorio legado por Juan Díaz del Moral. La principal ocupación de Díaz del Moral fue la de historiador, pero también fue diputado por la provincia de Córdoba en la Segunda República, siendo elegido en la lista de la Agrupación al Servicio de la República, formación que lideraba el controvertido Ortega y Gasset. Entre sus obras destaca la “Historia de las Agitaciones Campesinas Andaluzas”(1929) y “Las Reformas Agrarias en Europa”(publicado tras su muerte en noviembre de 1948)
Por fin, la tercera gran obra recopilatoria la debemos a Renée Lamberet, quien en 1953 publica un gran clásico en una serie de libros sobre el tema “Movimientos Obreros y Socialistas. Cronología y Bibliografía”. El volumen correspondiente a España abarca desde 1750 a 1936 y es una fuente inagotable de información.
El siguiente paso en la cadena es el eslabón de obligada dedicatoria al periodismo republicano en la década de los años cuarenta. Reseñamos, por supuesto, los republicanos de izquierda, que son los que tienen en su centro el asunto obrerista. Alguno de ellos se destacaba por su lenguaje especialmente radical, como, por ejemplo, “La Revolución”, dirigido por el abogado Patricio Olavaria, natural de Roa, provincia de Burgos. Duró sólo seis días (1-6 de mayo de 1840) Fue cerrado por Real Orden.
Le siguió “El Huracán”, que, milagrosamente, duró tres años, aunque tuvo un largo periodo de suspensión, entre enero de 1842 y marzo de 1843. También lo dirigió Patricio Olavaria y propugnaba la movilización armada del pueblo para conquistar el nuevo sistema político.
A partir de 1849 se produjo la publicación de una serie de periódicos encaminados a difundir las corrientes del socialismo utópico, especialmente de la corriente fourrierista en el caso de Madrid. En todos ellos figuraba, como director o redactor, Fernando Garrido, y en la mayoría estaban también en la redacción Sixto Cámara, José Ordax y Antonio Ignacio Cervera. Estas publicaciones tenían nombres como “La Atracción, “El Eco de la Juventud” o “La Organización del Trabajo”, pero hasta la aparición de “El Amigo del Pueblo”, “El Trabajador” o “El Taller” se trataba sólo de prensa doctrinaria, panfletos ilustrados, que podríamos llamar. Sin embargo, los tres últimos se convierten en informativos y, lo que es más importante, en participativos, creando escuelas, talleres, socorros mutuos y todo tipo de asociaciones que les lleva a mantener continuos enfrentamientos con el poder, que termina inexorablemente por cerrarlos. Quiero hacer una mención especial a los periodistas Fernando Garrido y Antonio Ignacio Cervera, porque ellos son la bisagra que abrió la puerta desde el utopismo a la democracia social, sobre todo en la última publicación de Garrido, “El Eco de Las Barricadas”.
También quiero decir que toda esta historia se encuadra en la preparación, fundación (1849) y primer desarrollo del Partido Demócrata, en el que convivían tendencias que iban desde un republicanismo transigente, pasando por otro federalista, hasta los socialistas revolucionarios.
Y ahora sí, por fin, el considerado por los historiadores metodológicamente conservadores como el primer periódico madrileño destinado a la clase obrera: “El Eco de la Clase Obrera”. Pues bien, ni madrileño, ni destinado a los trabajadores; sino catalán y buscando su difusión entre la clase política residente en Madrid. Lo único que tenía de madrileño era el lugar geográfico en el que se editaba, y su relación con la clase obrera la que mantenía con la catalana, cuyos intereses representaba aquí, ante los parlamentarios de Las Cortes que tenían que vivir en Madrid.
Fundado y dirigido por Ramón Simón y Badia, tipógrafo cajista y fundador de la asociación obrera de su oficio en Cataluña, sacó su primer número el cinco de agosto de 1955, un mes más tarde de la huelga general en Cataluña que terminó con la proclamación del estado de sitio por parte del gobernador militar, General Zapatero, con la prohibición de las incipientes asociaciones obreras, la anulación de los contratos colectivos de trabajo hasta entonces vigentes y con una férrea censura para con los medios de comunicación.
Es por ésto que “El Eco…” tiene que editarse en Madrid. Entre sus colaboradores se encuentra el demócrata republicano federal de influencias proudhonianas Francisco Pi y Margall, que llegaría a ser Presidente del Poder Ejecutivo de la Primera República Española en 1873. A él se debe el grueso de aportaciones doctrinales que se aportan a Las Cortes el veintinueve de diciembre de 1855 para impulsar la nueva Ley de Asociacionismo, junto a las miles de firmas que el “El Eco… “ recogió en toda España (22.500 en Cataluña y sólo 600 en Madrid. Después veremos por qué)
“El Eco de la Clase Obrera” fue un periódico coyuntural, creado y surgido para influir mediáticamente en la campaña para la legalización del asociacionismo obrero, si no hubiera sido por eso jamás se hubiera editado en Madrid. Sus receptores eran los políticos, los parlamentarios aquí residentes, aquéllos que podían influir en el sentido de la votación parlamentaria, pero no el pueblo llano madrileño, que aún creía que las instituciones monárquicas vinculadas al Antiguo Régimen podían ser sus interlocutores y defensores ante los recientes y crecientes abusos que podían sufrir por parte de los cada vez más poderosos burgueses.
Así que “El Eco…”, en cuanto se aprobó la nueva ley, sintió su misión cumplida y entró en una curva decadente hasta su desaparición.
Es por eso por lo que “El Eco…” no cuaja en Madrid. Porque aquí la clase obrera aún no está estructurada. En Madrid no hay fábricas ni un gran sector productivo. Las relaciones, en los pequeños talleres artesanales,siguen siendo amo-criado(en el taller se come, se duerme y se recibe el vestido, así como un pequeño estipendio) como en el Antiguo Régimen ; y en cuanto a las relaciones con el Poder, al estar aquí La Corte y el Parlamento, se basan en el clientelismo, la subordinación, la dependencia y la práctica paternalista.Tanto es así que los vendedores callejeros de periódicos republicanos eran apaleados en cuanto se atrevían a vender en los barrios situados al sur de la Plaza Mayor, precisamente los más pobres.
Los que sí creo que merecen un gran homenaje son aquellos pioneros obreros-periodistas que dirigieron y redactaron los primeros periódicos de nuestra clase: tipógrafos, cajistas, linotipistas, operarios de imprenta que necesitaban saber leer y escribir para el desempeño de su oficio y que usaron su escueta sabiduría no para propio beneficio sino para la emancipación de todos los trabajadores. Salud y gracias, compañeros.