La victoria de la C.N.T. sobre la patronal y el Gobierno del conde de Romanones fue rotunda e incontestable, toda una demostración de lo que puede conseguir la unidad de los trabajadores, un modelo a seguir en todas las luchas obreras que no deberíamos olvidar nunca, un hecho que nos pone frente a frente con nuestra realdad actual y nos denuncia nuestra cobardía al ponernos de manifiesto que, ante la unidad de acción de los trabajadores, ningún poder, político o militar, tiene nada que hacer. La conquista de las ocho horas de trabajo diario surge de estas jornadas de huelga entre febrero y marzo de 1919.
Todo comenzó con un pequeño conflicto laboral en una empresa llamada Riegos y Fuerzas del Ebro, filial de Barcelona Traction Ligth and Power, conocida por todo el mundo por “La Canadiense”, tanto por su origen como por la nacionalidad de su director, Fraser Lawton. “La Canadiense” era la mayor empresa eléctrica de Cataluña y de las principales del estado español.
Ocho trabajadores de la sección de facturación de la filial de “La Canadiense” habían sido despedidos por querer formar un sindicato independiente tras ver empeoradas sus condiciones laborales. Como respuesta, todos los trabajadores de la sección de facturación se puso en huelga. Era el día 5 de febrero de 1919.
La reacción patronal no se hizo esperar y el número de despedidos subió a 117 empleados que buscaron apoyo en la C.N.T. La central anarcosindicalista se puso en marcha inmediatamente, siguiendo las palabras de su secretario general, Salvador Segui, en la clausura del último congreso confederal: “Si nos superamos, si conquistamos nuestra capacidad y nos colocamos en condiciones de actuar de un modo enérgico, de hacer frente a todas las posibilidades de ataque, seremos respetados, atendidos y nos impondremos.”
Se formó un comité de huelga compuesto por trabajadores y responsables del sindicato y la huelga se extendió a los encargados de la lectura de contadores. Se creó una caja de resistencia que en una semana recaudó 50.000 pesetas de la época entre los obreros de Barcelona.
El 17 de febrero, Fraser Lawton propuso una negociación con los obreros, pero, al enterarse de que entre los cinco delegados había un militante anarcosindicalista, la suspendió de inmediato.
Entre el 21 de febrero y el 3 de marzo todos los trabajadores de todas las compañías eléctricas secundaron la huelga. Poco después, los paros se extienden como la pólvora por toda Barcelona.
Las compañías son militarizadas y el general Milans del Bosch llama a la movilización a todos los hombres entre 21 y 38 años. Los cenetistas se niegan a incorporarse a filas y son encarcelados en el Castillo de Montjuic.
Por fin, el 13 de marzo, el Gobierno presiona a Lawton para que negocie y la noche del día 14 se firma el convenio que pone punto y final a la huelga, en el que son aceptadas las condiciones de los huelguistas sin represalias. Por su parte, el Gobierno derogó la militarización, liberó a los presos y, quince días más tarde, instauró la jornada de ocho horas para todos los oficios y ramos.
Esto lo hicieron nuestros abuelos, y nosotros… ¿qué, podemos aprender algo de esto o preferimos seguir quejándonos en voz baja como cobardes miedicas sin dignidad ni amor propio?