Poco a poco las asociaciones profesionales de dependientes de comercio, ultramarinos, negocios de hostelería como bares, cafeterías, restaurantes (camareros) y auxiliares de farmacia, fueron incorporándose o federándose a los sindicatos de clase, en este caso, sobre todo, a la U.G.T., aunque alguno hubo que lo hizo a las federaciones anarquistas. Pero fue una labor muy larga. Al principio iban por libre.
Esta incorporación costó bastante tiempo porque, al principio, estos trabajadores no se consideraban a sí mismos como “clase obrera”. Y eso a pesar de los escasos salarios y las extenuantes jornadas de trabajo. Ellos tenían que dar una imagen pública más decorosa y en lugar de vestir blusa y alpargatas tenían que acudir a sus puestos con zapatos y camisa planchada, o bien algún tipo de uniforme que los diferenciaba “en apariencia” de los demás. Esta simple distinción hizo que se sintieran desligados e, incluso “por encima” de la “chusma proletaria”. En la misma estupidez cayeron colectivos como porteros de hotel, botones de grandes compañías y ordenanzas de instituciones públicas que, simplemente por llevar una gorra y botones dorados se creían mariscales de campo, a pesar de tener, en la mayoría de las ocasiones, salarios más bajos que los obreros de fábrica o taller. Lo mismo sucedía con los empleados de banca y bolsa, quienes fueron presa del llamado sindicalismo libre, que no tenía programa social ni político y que pretendía que todo se podría conseguir mediante la negociación. Naturalmente, estos sindicatos fueron muy bien recibidos por las organizaciones patronales, pero no tardaron en demostrar, ante la clase obrera, que no servían absolutamente para nada, pues no tenían la suficiente fuerza combativa ni el necesario convencimiento ideológico como para conseguir algo por medio del enfrentamiento. De hecho, sus movilizaciones fueron siempre un fracaso cuando las plantearon en solitario, pues sus propios afiliados nunca fueron más que “gentecilla mediocre” –no clase media como ellos pretendían- que se creía más de lo que era, señoritos de recién estrenado “pedigree”.
Curiosamente, en la actualidad, debido a un debilitamiento del sindicalismo de clase a causa del entreguismo que domina en el seno de algunas organizaciones a las que tanto debemos, y que esperemos que no dure siempre, estamos asistiendo a un fenómeno parecido: C.S.I.-C.S.I.F. (Central Sindical Independiente y de Funcionarios) C.S.I.T.-U.P. (Coalición Sindical Independiente de Trabajadores – Unión Profesional) C.I.T.A.M (Coalición Independiente de Trabajadores del Ayuntamiento de Madrid) y sindicatos propios de policía, vigilantes, comercio, grandes almacenes, etc. Son el remedo de aquel “sindicalismo libre” que, a principios del siglo XX, tanto daño hizo al movimiento obrero, aprovechándose, junto a los patronos, de ese ignorante sentimiento de distinción que se adueña de los trabajadores más insolidarios en cuanto se creen capaces de realizar una labor “superior” al resto de sus compañeros.
Aunque, quizás, habría que reflexionar sobre la bonanza de estas organizaciones, ya que, en el fondo, nos están librando de una militancia que nos sobra. Sí, mejor que se la queden ellos.
Noticia sobre aquellos años y sobre estos gremios que antes de volver al sindicalismo verdadero coquetearon con los sindicatos esquiroles la podemos encontrar en periódicos como El Dependiente Español, El Descanso Dominical o La Vanguardia Mercantil.
Paralelamente al sindicalismo llamado libre, nos encontramos en estas fechas con otro sindicalismo también llamado al fracaso, el católico: En principio, la Iglesia, contraria, por supuesto, a la lucha de clases, intentó reunir en unos mismo sindicatos a patronos y obreros; pero después no vio otro remedio que hacer un sindicato para cada clase.
Su actuación se centra en el mundo del trabajo y va destinada a un colectivo de obreros que se considera receptivo a la acción social de la Iglesia y que puede hacer de caja de resonancia para llegar a un mayor número de trabajadores. Pero, en la medida en que este sindicalismo actúa, generalmente, en posturas defensivas, tratando de frenar la expansión de los sindicatos de clase, tutelado por la jerarquía eclesiástica y sin capacidad de llevar a cabo una acción sindical propia, vinculada a las necesidades de los trabajadores, tanto el sindicalismo católico como sus publicaciones fracasarán estrepitosamente. De hecho, en la actualidad, los católicos comprometidos con la clase obrera y la transformación social se encuentran militando en los sindicatos vinculados a la izquierda.
José Javier González de la Paz, militante de C.G.T. y periodista.